viernes, 29 de octubre de 2010

En el mazo de la vida, la imprudencia es el comodín

En estos días de luto nacional para un sector, gente que quiero, aprecio, atesoro, valoro, gente cercana y de buen corazón, me ha ofendido.

Se que no lo han hecho intencionalmente. Que lo han hecho de forma indirecta, sin saber que me estaban afectando. Muchos desconocen mi simpatía por este gobierno, ya que no soy alguien que ande por ahí haciendo arengas políticas, militando ni manifestando abiertamente mis creencias, apoyos y convicciones políticas. Quizá para evitar alguna discusión, quizá para sortear alguna tensión. Una forma cobarde y pasiva de actuar, visto desde los ojos de la pasión. Una forma prudente, visto desde los ojos del respeto y del conocimiento propio: me reconozco pasional a la hora de discutir, no así necio ni cerrado. Es entonces que decido y prefiero no mencionar la política en ciertas reuniones, si no conozco bien la posición dominante, y optar por elegir los siempre encantadores, sencillos y apasionantes temas como el fútbol, la música, películas, series, libros y demases. Lo que no evita que varias veces tenga acaloradas discusiones con alguno que otro que no tomó en cuenta lo que yo sí, empieza a mandar fruta, y ahí planto bandera y discurso.

A través de las redes sociales, me he encontrado con desafortunados exabruptos, comentarios repudiables y posturas incomprensibles por gente de mi misma condición social, de mi misma edad, más jóvenes incluso, todos laburantes, opinando venenos como viejos acomodados de clase alta, injuriando en contra de sus propios intereses.

La muerte es un tema sensible, sin dudas, pero en absoluto me manifiesto en contra de un chiste negro. Soy gran simpatizante de ese estilo de humor, suelo comentar barbaridades tremendas, chistes de mal gusto, provocar algún repudio y carcajadas de gente con pocos escrúpulos, así que no pasa mi ofensa por un cauce ético ni moral, que exige "un poco de respeto, che, al finadito".
Pero la diferencia radica dónde y cuándo los hago: nunca delante de desconocidos ni de gente a la que sé que puedo humillar en su amor propio o herir. Siempre con gente que me conoce y que sé de su humor sin límites ni prejuicios, o que les chupa un huevo. Menos aún, entonces, a través de una red social, tan expuesta al mundo todo.

La imprudencia, que echa hielo y brasas a los corazones, y camuflada como libertad expresiva (a pesar de que este gobierno la coarta, y la Ley de Medios sea un vehículo para llevar a cabo la sencilla y fácilmente viable empresa de eliminar todos los medios opositores e implantar sólo medios oficiales) decidió que era buena idea mofarse públicamente del deceso de alguien a quien cientos de miles de personas respetan, admiran, valoran, apoyan, adhieren y/o aman. Y que sienten eso por motivos tangibles, presentes, innegables: gracias a ciertas medidas en pos de un proyecto y un modelo, miles de argentinos que hace unos pocos años atrás estaban dentro de ese 50% de pobres, y comían de la basura, estaban ese miércoles, jueves y viernes a moco tendido, despidiendo a uno que les devolvió la dignidad de tener un plato de comida caliente, trabajo, jubilación, subsidios, cierta igualdad. Pibes que desconocían las tostadas con manteca y mermelada y la leche chocolatada antes de la Asignación Universal por Hijo. Oigo a un flaco, menos de 25 años, que en los 90 "andaba sin zapatillas, revolviendo tachos... ahora laburo, Néstor y Cristina en casa son mamá y papá". La señora, ama de casa, que cobra una jubilación "por haber cuidado mi casa y criar a mis tres hijos". La muchacha con el niño en brazos que con su presencia agradece, llorando, porque "mis viejos vivían en un rancho, y ahora tienen un techo digno y una jubilación, que nunca tuvieron". Como la viejita que sollozaba y afirmaba que "estuve siete años para cobrar mi pensión, y llegó Néstor y entré a cobrarla, y ahora tengo mi platita para comer". Y los ex combatientes de Malvinas, héroes pidiendo limosna, eternamente ninguneados, que hoy cobran por primera vez un subsidio y ahí están, haciendo cola solamente para agradecer. A qué humilde perjudicaron para generar tanto odio?

Me ofende, si, porque nunca les falté el respeto, que gente que aprecio me considere, a mí y a tantos otros que piensan como yo, que reconocen y valoran estos gestos que me resultan inéditos, como un ingenuo, un ignorante, o directamente un descerebrado. Un imbécil del montón que cree que, por ejemplo, el encarcelamiento de los genocidas es una maniobra para que los idiotas pensemos que el gobierno está comprometido con una causa que no es genuina, sino demagógica, y que manipulan y se "apropian" (?) de los Derechos Humanos. Un absurdo que insulta la inteligencia de cualquiera. Como si la agrupación H.I.J.O.S., las Madres y Abuelas de la Plaza, actores, reclamantes y beneficiarios principales de esta política, en algún momento hubiesen planteado que para poner tras las rejas a los asesinos, violadores y torturadores de sus padres, madres, hijos y hermanos, debían hacerlo "sin demagogia". Sino no, que sigan libres hasta que venga alguien que lo haga porque lo siente "de veras".

Mientras los tarados aplaudimos la derogación de las leyes de impunidad, el desconocimiento de los que tienen "la posta" cobra forma y expone los discursos fallidos: demagogia es lo que utilizan en campaña aquellos que por un puñado de votos dicen lo que suena bien y queremos oír, fogueando las emociones populares. Llevado a la práctica deja de ser demagogia, pasa a ser acción política. Un hecho. Punto.

Antes del 2003, podías encontrarte a Etchecolatz o Astiz tomando un capuccino en una esquina de Recoleta, o paseando sus almas harapientas en El Rosedal. Hoy sus intestinos, desacostumbrados, se retuercen en una mugrienta letrina de la tumba.

La bofetada, el odio y el desagradecimiento como moneda de cambio al reconocimiento, por mínimo que sea, es lo que pone a mi sentido común y de justicia en un lugar de desconcierto, a balancearse en la cima de una inmensa piedra negra, angulosa y resbaladiza, que se alza en medio de un circo aburrido de caras sin ojos ni oídos, solo bocas que no callan nunca.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Chau, crack!


Adiós al más grande líder político y estadista de las últimas siete décadas.

Enorme pérdida para los sin jeta, cuyo vacío experimenta cruelmente con mis esperanzas y con la sensación de desamparo. En mi memoria siempre.

Se fue laburando.
"Cuando estaba en la cama me decía: 'levantate, no te podés quedar en la cama. Tenés que acompañar a Cristina'"

GRACIAS!!!!

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Y un día volviste


Alguien dijo una vez
que yo me fuí de mi barrio...
¿Cuándo? ¿Pero cuándo?

¡Si siempre estoy llegando!

martes, 14 de septiembre de 2010

Y un día volvió *

Blando sueño de la infancia
que hoy chistaste a mis espaldas
tu carita me es lejana
pero siempre familiar,
yo que te abandoné lejos,
como un santo a un mal deseo,
hoy volvés como un espejo
que refleja años atrás.

Sin rencor pero angustiado
me mirás como a un extraño
la pupila se te agranda
y entre el brillo me mandás:
"qué tirado me has dejado,
mirá que flaquito estoy...
que fue de aquellos anhelos
que arropé en tu corazón...?"

Yo te abrazo y te acaricio
y te siento las costillas,
qué poquito que has manyao'!
pesa más una colilla...
huelo en tu hombro ese perfume
de mi antigua habitación,
y el aroma de la almohada
donde forjé esa ilusión
que hoy me chista y me reclama
lo que fui, y ya no soy.

Que si te postergué, fue por un amor
si te postergué fue por un ardor
por un vicio, y un suplicio
por fantasear otro destino
renegando de tu abrigo
y también, por cabezón.

Ya amanece, cierra un bar
vení que te quiero invitar
marcho una copa, prendo un pucho
vos meta chocolate y churros...
tu inocencia me condena
y avergüenza mi pesar.
Queda tanto por hablar
pero se nos cierra el bar,
y es ahí cuando de nuevo
oigo lejano al churrero
que con su canasto lleno
nos invita a irlo a buscar...

Viejo amigo, sueño mío,
no culpemos al olvido
que si te postergué, fue por un amor
si te postergué fue por un ardor,
por un vicio, y un suplicio
por fantasear otro destino
renegando de tu abrigo
y también, por cabezón.

*Dedicado a mis viejos, y a aquellos churreros de la costa Atlántica, estén donde estén, que aportaron su granito para hacer de mis vacaciones de niño un lugar más sabroso.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Su recuerdo le agitó la savia

Lo que me mata de los viejos es esa regresión a la infancia que tienen en el crepúsculo de su vida. Me refiero a ese comportamiento desobediente, anárquico y rebelde, propio de los niños, y esa pérdida de unos modales que son implantados precisamente en esa etapa germinal de la vida para encarar una sociedad, un mundo y un sistema del que ya se están despidiendo con un corte de manga.
Se mandan unas cagadas de novela y ante la increpancia esgrimen una sarta de justificaciones y mentiras donde uno no sabe si está hablando con alguien de ochenta y nueve años o de tres.

Mi abuela China, esa con quien cada tanto sueño, en sus últimos tiempos estaba intratable. Todo aquel que la rodeara corría riesgo de volar en pedazos. Y se cagaba en todo lo que uno podía decirle porque, o se olvidaba completamente que se le había advertido que no haga algo, o simplemente porque a esa altura de su vida, noventa y pico de años, no iba a cambiar hábitos que la acompañaban de hacía décadas, lógicamente. Y también porque le chupaba una teta. Entonces si la retabas por hacer lo que no debía, porque era un peligro a su edad, revoleaba la mano derecha hacia atrás propiciando un certero "máaa, váyanse al catzo vos y todos". Y ante esa respuesta me cagaba de risa y ella también, y ahí quedaba todo. Hasta que al rato se mandaba otra, como la vez que se confundió la heladera con el horno y metió el sifón de soda de vidrio dentro de él, que por suerte estaba apagado. Al respecto, las llaves de gas las dejaba constantemente abiertas y como la cocina estaba pegada a un patio interno, zafamos cantidad de veces de morir como ratas.

La abuela China todo el tiempo me estaba asistiendo y proponiéndome hasta mi hartazgo comer de todo. Me acechaba cuando estaba leyendo o viendo tele.

-Javiercito, te preparo una leche?
-No, gracias abu.
-¿Y un sanguchito?
-Nah, tá bien, posta.
-¿De veras no querés un pedazo de pollo?
-No, en serio...
-Dale, te hago un paty.
-¡Pero! ¡Que no!
-Hay galletitas...
-¡No, abue! ¡No tengo hambre! ¡Te juro que te re agradezco, pero no!
-Bueno, vos decime si te agarra hambre que a mi no me cuesta nada eh.
-Dale, te aviso.

Luego se sentaba al lado mío y a los diez minutos arrancábamos de nuevo el mismo diálogo. Y así, entre cinco y diez veces por día.
Una de las tantas veces en que accedí a que me prepare unas milanesas, vi como de la sartén salía un impresionante cantidad de espuma. Cuando le pregunté que aceite le había puesto, me mostró la botella del detergente Ala limón, y la muy cabezadura se quería comer las milanesas igual para no dar el brazo a torcer. De no ser que se las arrebaté del plato y las tiré a la basura, habría largado burbujas por la boca durante semanas.

La Abuela María, otra. La ultraperonista y Racinguista mamá de mi vieja.
Con ella tenía una relación muy especial porque me crié los primeros años de mi vida en el departamento que mis tíos y ella tenían en Almafuerte y Avenida Caseros, frente al Parque de los Patricios, en el barrio del club de mis amores. Mis viejos trabajaban todo el día y me pasaban a buscar a la noche, para dejarme de nuevo al otro día. A veces me pintaba quedarme, y me quedaba a dormir un par de días en su casa, donde la pasaba genial.

Andaba con diabetes y qué se yo que otras cosas, así que tenía prohibido todo lo que era rico y le gustaba. Por tal motivo, cada tanto se le realizaban allanamientos en su habitación, que daban como saldo dulces, golosinas y embutidos encanutados celosamente dentro de lugares estratégicos de su armario. Y no se hacía cargo del botín, respondiendo cual narco o consumidor al serles halladas sustancias ilegales, que "eso no es mío" o "no sé como llegó hasta ahí".

Como buena humilde trabajadora de clase media baja, siempre fiel a Evita y Perón, recuerdo cómo se encabronaba cada vez que le hacía con mi dedo pulgar e índice la "L" con la que se identificaban los liberales de la UCeDé de Álvaro Alsogaray; o si juntaba mis manos por encima de mis hombros como hacía Alfonsín, para molestarla. Me entraba a mandar que no me iba a querer más, que la había decepcionado, que nunca más me iba a dar tal o cual cosa. Entonces rápidamente hacía la "V" de la victoria Justicialista y me decía: "ahora sí".
No puedo evitar, cada vez que pasan un documental de ellos o del Peronismo en sí, buscarla en las cásicas tomas de los discursos en la Plaza de Mayo, entre miles de personas, donde asistía con mi mamá, en ese entonces de unos cuatro, cinco, seis años de edad.

Se fue cuando tenía diez años, y le lloré una tormenta. Pasó de un sueño al otro mientras dormía, y con eso uno ya dice todo. Cuando alguien se va con tanta paz...
Pero hubo dos situaciones que signaron su partida, dos sucesos hermosos e increíbles.

Estando en su velatorio, mi papá le puso un prendedor de Evita. Al darse cuenta de que estaba un poco torcido, intentó acomodarlo. Fue imposible. Todos los intentos por tratar de desprenderlo fueron en vano. Tironeó, hizo fuerza, pero nada, no había caso ni manera de quitarlo.
Al margen de interpretar el hecho como algo extraño, misterioso, del más allá o qué se yo, entiendo que hay una cuestión más profunda que abraza a las demás. Porque ese prendedor, con la imagen de la Abanderada de los Humildes abrochado como garrapata en la solapa y sobre el corazón así, medio torcido, no es más que el símbolo de un ideal y una identidad que se aferran mutuamente, con todas sus fuerzas, y también con sus torcidas falencias, hasta las últimas circunstancias, para marchar juntos a la eternidad.

Cuando mi mamá llegó del velatorio se sentó, abatida, sobre el sillón de mi casa donde siempre se sentaba la abuela María cuando nos visitaba. Junto a él, había una plantita muy amiga de mi abuela a la cual ella le acariciaba y le hablaba beatíficamente. Fiel a su condición, la plantita no se inmutaba y jamás la interrumpía.
Mi mamá la observó y ahí estaba, solemne, compañera y respetuosa ante el dolor. Comenzó a hablarle, a consolarse, y a recordar juntas a la abuela.
Entonces, sucedió: estando en un lugar donde el ventanal se encontraba totalmente cerrado y no había ninguna mínima correntada, la plantita comenzó a mecerse, suavemente, de aquí para allá.

viernes, 27 de agosto de 2010

Morfeo quiso acercarnos

Hace un tiempo, alrededor de un año, que las cosas con mi cuñado Pablo no están bien. Yo me muestro altivo ante la situación, pero íntimamente me mortifica.
Nos conocemos hace 20 años. Tendría unos 9 o 10 años cuando lo vi por primera vez, como amigo de mi hermano, y al tiempo se puso a salir con Romina, mi hermana, y tuvo con ella dos soles: Victoria y Elizabeth. Siete años duró su relación, luego se separaron.
Como padre es responsable y trabajador, algo que fortaleció mi estima hacia él al ver que no descuidaba a mis sobrinas. Quizá haya cosas que no me cierran en lo que se refiere a la relación que tuvo con mi hermana. Varias veces lo noté algo cruel para con ella, sobre todo estando separados, cosa que no me agradaba demasiado, ya que es mi hermana. Pero también ella tenía sus cosas, no menores, y decidí entonces no entrometerme en temas que no eran de mi incumbencia, de los cuales no tenía un panorama completo, y sobre todo de gente ya adulta.

Pablo siempre fue bueno, amable, respetuoso, y muchas veces compinche conmigo.

Extrañamente, una serie de altercados sucedieron el año pasado, cosa que nunca antes habíamos tenido, en los que en una determinada circunstancia sentí que él no había tenido un buen comportamiento conmigo ante un importante favor que le pedí, y eso desencadenó un primer roce. Consideré algo injusta su actitud, ya que en anteriores ocasiones tanto mis padres como yo fuimos complacientes con el, cuando lo necesitó, y por mi parte jamás le había pedido nada. El tema se habló y quedó todo bien.
Pero al tiempo, una situación familiar complicada que incumbía a mi hermana y una de mis sobrinas, Victoria, y en la cual él y yo tomamos posturas diferentes, nos llevó al punto de violentarnos verbalmente, amenazarnos y querer irnos a las manos.
A raíz de esto la relación cambió drásticamente entre nosotros, y hace unos meses un nuevo encontronazo telefónico nos alejó más aún. Salvando el primer hecho, del cual sostengo que Pablo no se manejó bien, en los dos últimos reconozco mi parte de culpa, que considero fue compartida, pero aun así pude por mi lado haber piloteado la situación de otra manera, y haber solucionado y sanado nuestro trato. Lo cierto es que en el momento fue todo muy eléctrico, hubo mucha tormenta agitando el mar de nuestras tolerancias, y nos resultó imposible llegar mansamente a buen puerto.

Ayer soñé con él.

Estaba con Vicky, mi pareja, de vacaciones vaya a saber dónde, y de repente aparecíamos en un lugar extraño, de luz tenue, algo así como un camping deshabitado donde en un terreno algo amplio y rodeado de árboles que lo delimitaban, había una pequeña casita, más bien un pequeño cuartito de unos veinticinco metros cuadrados y techo bajo, todo pintado de blanco, en el cual ingresamos y nos quedábamos aguardando a algo o a alguien. Chusmeábamos dentro de él y luego nos asomábamos a la puerta. Ahí vemos que a la distancia se acercaban, contentos y saludando desde lejos, mi mamá, mi papá, mis mencionadas sobrinas Vicky y Lizy, Pablo, y uno de sus seis hermanos, Carlitos, con el que más relación tengo de todos, y a quien quiero mucho porque es un tipo dulce, sensible y siempre sonriente.
Los recibimos, y ahí entendí que era a ellos a quien aguardábamos. Mi papá, Carlitos y Pablo se sentaban en unas sillitas y se quedaban charlando afuera. Mi mamá y mis sobrinas entraban con Vicky a la casa / cuartito, y yo las acompañaba adentro, quizá evitando la presencia de Pablo.

Mientras, el sueño continuaba con su parafernalia, desplegando su circo mágico de escenarios y tornasoles, de cosas y formas imposibles, de otros mundos, que iban mutando densa e imperceptiblemente, y yo investigaba a unas hormigas casi biónicas del tamaño de una aceituna que salían de una rajadura entre la pared y el suelo.

Luego de aburrirme con las hormigas mutantes, me asomaba a la puerta y, sin sentarme, me ubicaba en el medio del tridente Carlitos, a mi izquierda - papá, frente a mí - Pablo, a mi derecha. Con Carlitos y papá hablaba normalmente, a Pablo le respondía con monosílabos. El frío de mi orgullo había calado más allá de mis huesos, hasta mis sueños.
Al cabo de varias respuestas de ese tipo, casi dándole la espalda, Pablo me toma del brazo y me dice, sonriendo y con un dejo de melancolía:

-¿Porqué nos tratamos así?

Bajé la cabeza, y comencé a sollozar como un niño. Le respondí:

-Yo siempre te quise y te respeté...

Y ahí me desperté, angustiado.

viernes, 6 de agosto de 2010

Érase una vez...


El 5 de Agosto de 1910 nacía en Ensenada Herminio Masantonio. Ayer fue el centenario de su nacimiento, y hoy me siento raro. Raro de extrañar a alguien que se fue a los tempranos 46 años, cuando mi viejo tenía 14. Se puede extrañar, cuando se va, a lo que no se conoció en persona, como tantos ídolos populares han demostrado. Pero, ¿es posible con alguien que no fue contemporáneo de uno? ¿Que no se disfrutó ni se vio ni desde la distancia que marca una tribuna al campo de juego, ni siquiera aun desde la televisión, solo a través de fotos, historias, revistas, anécdotas y leyendas?

Para mi sí. Y no cuento con demasiada explicación: siento que lo extraño, porque íntimamente se que si él estuviera, todo estaría mejor en mi Quemero mundo. Me sentiría protegido. El Masa resume en su figura todo lo que me enorgullece de ser de Huracán. La camiseta, el escudo, el Palacio Ducó, el barrio, el arrabal, Manzi, el Ringo Bonavena y, por encima de todo ello, ahi está Él, como el guardián que custodia todo lo sacro que representan dichos nombres y estandartes.
Es nuestro San Martín, es nuestro Guevara, es nuestro Batman. El que rechazó una abundante oferta de la Juventus de Italia para quedarse en Parque Patricios. El que cuentan aquellos que compartieron la cancha y el vestuario con él que, fiel a su fama de guapo de barrio, cazaba de la nuca a los rivales que les propinaban brutales patadas a los juveniles que debutaban en la primera, para ponerse cara a cara y decirles directo a los ojos: "A los pibes, no. Vení y pegame a mí, si te animás."

Llegó de jovencito de la mano de Tomás Adolfo Ducó, y la historia de Huracán jamás volvió a ser la misma: le puso una corona. Como centrodelantero y durante 12 años defendiendo la camiseta del Globo, marcó 254 goles en 349 partidos, posicionándolo como el máximo goleador Quemero y como el tercer máximo goleador del fútbol argentino, detrás de Arsenio Erico (293) y Ángel Labruna (292).

En la Selección Nacional, se consagró campeón en los campeonatos sudamericanos de 1937 y 1941, y goleador en los de 1935 y 1942. Masantonio cuenta con el mejor promedio de gol con la celeste y blanca: 1,10, producto de 21 goles en 19 partidos.

Otro hito Quemero se forjó con El Masa dentro del campo: en 1939, uno de los 7 torneos en los que Huracán fue subcampeón, el equipo logró despachar por única vez en su historia a los 5 grandes en una rueda: 2-1 a River en Núñez, 3-1 a Boca en la Bombonera, 3-0 a Racing en Avellaneda, y 3-2 a Independiente y San Lorenzo en el Ducó.

La justicia del destino le sonrió a su grandeza: fue Hermino Masantonio el primer jugador de fútbol en poseer una calle con su nombre, una en Parque Patricios y otra en Ensenada. Y cuenta con un monumento frente a la sede, un sector en la platea, en esa donde su temperamento lo ha mandado tantas veces a ver los partidos de afuera, por plantársele a la dirigencia y a algún que otro técnico, y le han compuesto dos tangos: "El mortero del Globito" y "El Pampero de Patricios".

Te quiero, Masa. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto.


jueves, 5 de agosto de 2010

Gas americano "Rosa Rusa"

El Coronel Hampton es un tipo salado que con su estampa te deja jadeante y medio raro, con la incomodidad yendo y viniendo por cada rincón del cuerpo cuando su mandíbula austera se aprieta y los labios se le fruncen. Da la sensación de estar haciendo presión con la quijada, para no dejar escapar el odio y la arrogancia de su humanidad, y permitirles recostarse insomne en la frialdad de su síntesis de pensamiento. En su cuartel es el que copa el sillón más cariñoso y se entrega al letargo frente a un monitor vigilante y delator, donde aprecia el mapamundi con frecuencia y lo repasa como un radar de carne y células, buscando algún objetivo que lo saque de su embole milico.

Un aleluya perverso brota de sus labios al divisar un pequeño territorio no importa su nombre, virgen de balaceras y caos y, caramba... esto no puede ser. El mundo es hostil y la paz es un grano pusiento en su revoltosa filosofía. Asi que garras a la obra: a papelear las autorizaciones gubernamentales correspondientes, a gestar el argumento persuasivo a través de los medios abyectos y del discurso ácidamente empalagoso, absurdamente perspicaz para los cerebros sin criterio, y mediante el accionar del camuflaje intruso dar sendero a la causa infame, al motor de fuego.
Las movidas salen bien, la barrera se levanta sinuosa y siniestra para dejarle paso a la impaciencia, que tanto carcome el buen reposo de las mentes.

Ahora bien, lo que en primera instancia parecía ser la obra de un loco uniformado, esa raquítica desnudez de un motivo absurdo o un no-motivo, lentamente empieza a cubrirse con la piel de una causa justificada. Y para nuestro bien.

Asi es: no será esta una masacre cualquiera.

Es totalmente necesaria y revolucionaria en materia de armas químicas. El ejército y las fuerzas del orden son totalmente concientes de que el día de mañana, el destino de cualquiera de nosotros se puede ver afectado, como en este caso, por el aburrimiento, o bien por la ambición, la intolerancia, la xenofobia o la borrachera de algún alto mando. Es así entonces que luego de discusiones prepotentes y reuniones a cara de póker tanto en el Pentágono como en ratoneras cromadas a trescientos metros bajo tierra, inéditamente han considerado que los Deshechos Humanos, perdón, Derechos Humanos, deben prevalecer ante todo, y si vamos a crepar, que sea de forma cómoda, digna y relativamente agradable. Por eso, más allá del mero hecho de romper las pelotas con bombardeos y vuelos rasantes, es también este “conflicto” predispuesto un buen motivo para probar el nuevo perfume letal que han desarrollado los laboratorios, que se aseguran así el avance de sus proyectos, financiado por obra y gracia del presupuesto de los que se aburren con la vagabunda armonía:

*** ¡NUEVO! ***

Gas Americano “Rosa Rusa”, ahora con nueva fórmula, pensada para que con delicada y cremosa suavidad tus pulmones se hagan mousse, dejando una deliciosa fragancia a valle virgen en las tripas y la garganta.

A fin de cuentas, un misericordioso acto militar para que mientras fallezcas, no respires ni dejes contaminada la atmósfera con la nauseabunda cloaca de tus órganos deshechos.

Los avioncitos zumban como avispas blindadas sobre las aldeas, y desparraman el dulce gas sobre bosques, ciudades y praderas. Es como Carolina Herrera vomitando bilis.

¡Acción! El set está armado, ahora pasen y vean, que ya las cámaras se engolosinan calcando las imágenes del antes y el ahora. Aprecien la devastadora obra de arte que llega fugaz a las pantallas del globo, de cómo lo que era un paisaje terapéutico para los divinos, ahora con una pincelada de sangre y neblina se transforma en un cuadro pintado como con garfios renacentistas que destripan todo lo que late, respira, siente, descansa, sueña y se retuerce frente al dolor.

Nuestro talento, el Coronel Hampton, baja las imágenes que le llegan a su ordenador por cortesía de la CNN, la de los Timburtianos árboles huesudos y quebradizos, de las irreconocibles masas de carne humana y animal, todas expuestas, y de las lenguas de fuego que lamen las cosechas y los hogares, y las guarda en su carpeta para subirlas a su fotolog (www.holywarimages.com/hamptonpics).

Y como un último jadeo moribundo, de pronto todo acaba.

Ya no hay tiempo ni lugar siquiera para pesadillas, esos cuasi demonios que mutan traidores de sueño a tormento, alimentándose cobardemente de nuestro temor adormecido y del aroma del sudor frío.

Cuando la humanidad está en la mira del caos, éste no se apiada de nada de lo que envase el individuo. Ni siquiera de sus miserias, ni siquiera de su perversión. De nada. Todo va al horno que abrasa las esencias.

Y mientras nuestro lodo esté fresco, con pasividad y relax apreciaremos, control remoto en mano y acariciando una mascota, como el tormento y la maquinaria del dolor nos cauterizan el alma desgarrada y entretiene el morbo, ese gusanito simpático y socarrón que va cicatrizando, sinuoso, las heridas que esta realidad que aceptamos sin chistar, agrietan, desangran e infectan.


Máscara antigas de Mickey Mouse. Fabricadas en 1942

para que los niños jueguen y se protejan a la vez.

lunes, 2 de agosto de 2010

ABUANTE


El Padrino (primera parte) fue elegida la mejor película de la historia a través de una encuesta realizada por el diario El País de España, donde participaron un centenar de directores y actores latinoamericanos y españoles, entre ellos Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín, Juan José Campanella, Gael García Bernal y Pedro Almodóvar.

Nadie desconoce que es una de las películas más aclamadas de la historia, sustentada por once nominaciones al Oscar en 1972, de los cuales se alzó con tres (mejor película; mejor actor - Marlon Brando, quien rechazó el premio y en su lugar envió a una actriz estadounidense de origen indio, que se manifestó en contra del tratamiento que recibía su pueblo en las películas de Hollywood -; mejor guión adaptado - Mario Puzo y Francis Ford Coppola -) y cinco Globos de Oro en 1973. Que en la estadística se sumen a los elogios que históricamente ha recibido el film, algunos de los más grandes exponentes del cine latino e hispano, no debería sorprender, relativamente hablando. El contexto de la encuesta era titánico: compitió con joyas del cine llevadas al celuloide de la mano de gigantes como Ingar Bergman, Martin Scorsese, Federico Fellini, Ridley Scott, Orson Welles, Luis Buñuel, Charles Chaplin o Alfred Hitchcock, entre otros. Al ver estos nombres, no sería descabellado que hubiese entrado en otro puesto. Pero no. Se alzó con el podio. Algo que personalmente me satisface y alegra profundamente, por ser mi película favorita de todos los tiempos. Esa que vi decenas de veces y volveré a ver tantas veces como a mi alcance esté. Me fascinan totalmente sus diálogos y todos y cada uno de sus personajes, desde el consiglieri Tom Hagen (Robert Duvall) y el pendenciero Santino (James Caan), pasando por el fiel caporegime el gordo Peter Clemenza, y el traidor Salvatore Tessio, hasta sus enemigos de las otras familias, Emilio Barzini y Bruno Tattaglia, como así Virgil "el turco" Sollozzo, quien manda a matar a Don Corleone, hecho que se plasma en la famosa escena donde recibe seis disparos frente a su hijo Fredo (pero aun asi sobrevive) por no financiarlo ni aceptar ingresar en el negocio del tráfico de drogas, que en los años '40 comenzaba a ser el paso siguiente al de los manejos de alcohol, clubes y casinos, ya que redituaba sumamente más. Las otras familias sí iban a acceder, con la condición de negociarla solo a los negros y los latinos, a los que consideraban animales. Pero jamás en escuelas ni a niños, lo que consideraban una infamia.

Como un detalle, nótese que a lo largo de todo el film (tres horas de duración) en ningún momento se menciona la palabra "mafia". Omisión deliberada por parte de Coppola y Puzo para no generar más problemas a los que venían sucediendo previo a la filmación, tales como protestas de la Liga de los Derechos Civiles de los Italoamericanos, amenazas de bomba, cantidad de intimidaciones, vinculaciones de la filmación con, precisamente, la mafia.

Brindo por esta nuevamente merecida elección, por Brando, Pacino, Caan, Duvall y toda la larga galería de actores que encarnaron a estos fascinantes y atractivos personajes, con sus particulares y bizarros códigos ¡Salud, Godfather!

jueves, 29 de julio de 2010

My Way

Dentro mío está plagado de carteles indicativos falsos o, en el mejor de los casos, errados. Las frecuentes señalizaciones de "SALIDA", que me aparecen cada dos pasos como hojas en otoño, asiduamente me llevan a callejones que carecen precisamente de ella. Detrás de los de "PROHIBIDO PASAR", "PELIGRO", "NO PISAR", que mi lado conservador dispone con firmeza y letra gruesa, para mantener en orden y secreto vaya a saber qué, suelo encontrar una verdad, una solución, una satisfacción oculta.

Caminando por mis calles voy discirniendo, poco a poco, cuales son aquellos también que mi enemigo íntimo gira en direcciones opuestas, o fabrica sobre la marcha y los clava ahi, en alguna oscura esquina de un barrio que desconocía en mi ciudad, cuando ando medio desorientado, aumentando la confusión. También lo hace cuando mis pasos van bien encaminados. Asi, como el Coyote al Correcaminos.
Cuesta ignorarlos. La mayoría son tentadores por los atajos que ofrecen o por la tranquilidad y comodidad que proponen.

Partiendo de esta base, no me queda otra que optar por hacerles la contra.

"ATENCION - A 100 METROS PRECIPICIO - GIRE A LA DERECHA". Bueno, me mando por la zurda. O sigo derecho, seguramente no exista tal vacío.

Desempolvo la brújula del instinto cuando estoy en tierra de nadie. Dicen que para nacer hay que destruir un mundo. Que la vida surge de la muerte. Que para salir bien a flote, se debe pisar fondo. Supongo que para encontrarnos, entonces, a veces debemos perdernos. Suelo adentrarme en mis laberintos y me mando a la marchanta a pura intuición, a lo perro, solo valiéndome del olfato. Y puedo asegurar que cuando más perdido parece que estoy, cuando parece que me embromé, que no voy a salir nunca de ahí, encuentro de repente a mi costado coherente doblando alguna esquina, como quien no quiere la cosa. Pero no, nunca por casualidad.

-Hey! Apareciste... vení, vamos a tomar algo y charlamos. Andá a saber cuando te vuelva a cruzar...- me dice, me digo.

Y son esos momentos donde me desayuno lo bien que la paso conmigo.

domingo, 25 de julio de 2010

Dios me salve, María...

- Esto sos vos -, me dijo, y señaló alrededor de nuestro hogar.
Lejos de resumirme a un puñado de cosas, a través de todo eso que fui adquiriendo en pos de un proyecto de convivencia, poquito a poco, me mostraba la evidencia de lo apto y diligente que era a la hora de encarar una responsablidad de ese tipo. Pero ese día había vuelto a fallarle. Tenía que pasar música en una fiesta de cumpleaños en el bar de un amigo, y...

- A que hora volvés?
- Entre las 5 y las 6, bebé.

Caí a las dos y media de la tarde. Los malos hábitos me habían arrastrado lejos de ella y de mí por milésima vez. Una vez más, mi escaso metro setenta, mis setenta y tres kilos y mi falta de conducta habían desatado un vendaval de angustia que se llevó puesto no solo a mi pareja, sino a mis suegros y a mis padres, que lloraban desconsolados a la distancia. Casualidad o instinto, llamó mi madre esa mañana desde Mar del Plata, cosa que nunca hace, para ver como estaba. Vicky, con el agobiante peso del desvelo a cuestas, no pudo contener el llanto y confesar que no había regresado, con todo lo que eso implica un día de semana.

-Esto sos vos - me repitió.

La tristeza infinita de ver como había roto en mil astillas la vasija de cristal donde estaban depositadas mi credibilidad y su confianza, se traducía en un vacío interno que se expandía lenta y dolorosamente, como una ola de antimateria que desintegraba mi carne y mis órganos, dejando como resultado un cuerpo ahuecado donde solo habitaba mi alma expuesta, que para ese entonces se hallaba reducida al tamaño de una luciérnaga herida que titilaba lastimosamente en la silenciosa oscuridad de la nada.

Cuando desperté, a eso de las ocho de la noche, comencé a juntar mis prendas. Todo estaba acabado, lo había roto todo. Jalé demasiado de una soga que no era tan gruesa a esta altura de mi vida, solo un rejunte de hilachas absurdas. La pena y la desolación ahora carcomían lo que quedaba de mi alma avergonzada. El viejo recurso de comparar mis miserias con las de otros seres despreciables ya no surtía efecto: era un miembro más de ese club bastardo. Y no iba a soportar ni el fulgor de la pureza de su mirada ni la tela brillosa de sus ojos donde se pincelaba la defraudación.

Contra todos los pronósticos, su misericordia me acarició el rostro, me abrazó y me besó.

- Esto sos vos - dijo por última vez.

El reciente hecho todavía hace mella en mi. Solo puedo mitigar los resabios de depresión que arrastro por el injusto daño que había causado a la gente que amo expresándome a través de estas líneas, decorando este espacio como un confesionario, y aquel que lea esto será forzosamente mi párroco.

Asi que Padre Nuestro que estás en los Cielos...

martes, 20 de julio de 2010

Cráneo candente

Me hallaba en un pequeño, íntimo y oscuro bar de Tilcara con quienes compartí mi viaje al norte: Mel, Pitu, Renata, Rulo y Solcito. Habíamos ido allí varias veces, cuando necesitábamos oir un poco de rock nacional. El dueño era un tipo macanudo de Buenos Aires, Munro, pero hacía varios años se había asentado ahí, porque halló su lugar en el mundo.
Esa noche nos acompañaba un chabón de Capital, barrio de Chacarita, que estaba laburando en el camping donde parábamos. Cayó a Tilcara porque en su barrio se la tenían jurada. Un flaco copado, de cara felina y rastas rubias, que no recuerdo su nombre y que nos acompañó un par de veces en salidas y cenas, hasta que partimos a otro pueblo.
Bebíamos y charlábamos tranquilamente. Disfrutábamos la intimidad del barcito, ya que no había casi nadie, solo un par de lugareños en una mesita más alejada y otro, pegada a la nuestra, que estaba bastante borracho. Era muy parecido a Rubén Patagonia, y tenía un sombrero de duende. Nos miraba y sonreía.
No se en que momento sucedió, ni porqué, ya que estaba charlando con mis amigos, pero noté de repente que el lugareño y nuestro compañero de turno hicieron rancho aparte y discutían, cada uno desde su mesa. Sin ser demasiado entrometido, comencé a prestarle atención al motivo de su cruce. Me sorprendí gratamente cuando oi hablar al ebrio, citaba a Marx y a las revoluciones. Siempre es grato apreciar que a diferencia de muchos, algunos portan un pedo digno, lúcido y coherente.
En un momento, dijeron así:

-...porque los del interior se quejan del porteño, pero cuando van allá nadie los jode, son bien recibidos, porque al final somos todos argentinos y...

-¿Sos argentino? problema tuyo. Yo soy aymará.

-Lo que sea, el punto es que se la pasan hablando de nosotros y los que más dicriminan son los del interior.

-¿Discriminar?

Se quedó en silencio por un segundo. Luego lo miró a los ojos con firmeza y tristeza. Finalmente, dijo:

-Quinientos años de dominación.

La discusión terminó ahi.

miércoles, 7 de julio de 2010

Es tan simple asi: no podés elegir...

Carlos Toledo, el Charly. Fiel amigo de mi hermano mayor desde la adolescencia, amigo de la familia desde que era yo un bebé, y antes también. En esos años Luis Zamora fundaba el MAS (Movimiento al Socialismo) en plena dictadura. Luego de ser proscripto por la misma, tuvo buena participación activa en democracia, en su primer etapa entre el '83 y el '89. Charly fue uno de sus primerísimos militantes.
Inteligentísimo y sensible, extremadamente educado, de modos muy elegantes, voz suave y profunda, amante de Rush y su batero Neil Pert (fue también batero de una banda en los 80's llamada Alerta Rojo), así como de las grandes bandas del rock progresivo como Yes, Génesis, Jean Michel-Jarré y, por supuesto, del rock nacional vernáculo de aquellos años, desde el punk y new wave hasta el pop y el heavy metal. En esos años no había tanta tribu, la juventud se escuchaba y se nutría de todo. Regenteaba una sala de ensayo a la vuelta de mi casa, en la avenida Juan Bautista Alberdi casi Centenera, donde se cometían desmanes de todo tipo, y la frecuentaban gente como los Rata Blanca. Alto, flaco, físicamente era la perfecta unión entre Skay Beilinson y Bob Geldof, tanto en su porte como en su parecido y en lo que emanaban sus modos.
Recuerdo que teniendo yo entre los cuatro y los siete años, se amotinaba en la pieza de mi hermano a fumar porros, y me llamaban. Mientras jugaba con mis muñecos de He-Man, me hacían preguntas. Y flasheaban con las respuestas que daba, propias de la simpleza con la que un niño entiende la vida, antes de complicarse uno la vida con la vida misma, así como ellos dos que, entendía luego, ya habían comenzado a complicársela, y buscaban un poco de esa simpleza e inocencia que habían perdido. Él fumaba y me contemplaba, pensativo ante mis réplicas.
A mis 5 o 6 años, una tarde donde luego de hacer una observación sobre la ilustración de la portada del aclamado libro del doctor Víctor Frankl, "El hombre en busca de sentido", que recién arribaba a mi casa de la mano de mi viejo, me puso un apodo con el que luego se dirigiría siempre a mi persona: "el Mahatma". Cuando supe quién era, me sentí honrado.

Siempre tenía cuentos de filosofía oriental para contar. Y nos los contaba a mí y a mi padre, quien lo amaba y admiraba mucho. También yo lo admiraba por cómo narraba esos cuentos maravillosos. Y también por su bondad y por la paz que transmitía.
Charly era de esos que su sola presencia te hacía sentir bien.

Fue uno de los primeros programadores informáticos del país, cuando las computadoras eran algo que solo se veían en películas de ciencia ficción. Recuerdo que lo hacía en la compañía de helados La Montevideana, y también en muchas otras de capital y el interior del país, el cual recorría programando aquí y allá y ganaba muchísimo dinero. Dinero que poco duraba en sus manos. Me contaba una vez Marce, mi hermano, que luego de uno de estos viajes de trabajo se encontraron y fueron los dos juntos a un boliche. Encaró la barra y preguntó:

- ¿Cuantas botellas de Baron B tenés?
- A ver... unodostres... ocho.
- Bueno, reservámelas todas, por favor.

Y así fue como durante toda la noche compartió siete botellas de Baron B con mi hermano, porque una de las ocho la convidó a una mesa cercana con el clásico: "tengan, yo invito". Porque sí.

A lo largo de toda su vida, la gran cruz con la que Charly cargó fue su adicción a las drogas duras. No se si era general o tan común en los 80, pero sí puedo afirmar que era costumbre entre los amigos de mi hermano consumir cajas y cajas y frascos y frascos de pastillas. Aseptobrón, Romilán, Tamilán, etc., clavarse de un tirón dos pepas enteras, o inyectarse cocaína diariamente. Todos los días algo se consumía, y no bajaba de eso. Pero lo sorprendente era como ninguno manifestaba, a simple vista, rasgos, tics o comportamientos de adictos. Por el contrario, venían a mi casa, tomaban la leche con vainillas o los licuados de banana que mi mamá les preparaba, y que yo compartía con ellos, y luego subían a la pieza de Marcelo a hacer de las suyas.

Pasó el tiempo. Yo había crecido, y a Charly prácticamente lo había dejado de ver. Cuando 1996, ya con 16 años, mi hermano cumplía 30 y fui a saludarlo a su departamento en Emilio Mitre y Pedro Goyena. Estaba con tres amigos más. Uno, apodado "El Búfalo", amigo del secundario, otrora regente de Palladium. El otro no recuerdo. Pero con alegría, vi que el tercero de ellos era el Charly Toledo.
Charlábamos entre todos y tomábamos cerveza. En un momento, luego de pasar al baño y ver una inmensa bolsa de cocaína en la cocina (que no debía ver) le pregunté a mi hermano si podía fumarme un porro. Mi hermano se puso mal. No le gustaba ver o saber que su hermano menor transitase un camino que, a esa altura de su vida, le había dado muchas lecciones para mal, aunque no fuese más que un yuyo a comparación de su experiencia. El suponía que yo lo hacía, pero ciertamente era la primera vez que daba a conocer que fumaba marihuana. Al ver sus primeras lágrimas desistí de mi propuesta, y se empezó a hablar del tema drogas, donde fui aconsejado, sobre todo por el tema de la gilada.

Cuando me fui, Charly vino conmigo, caminando por Emilio Mitre hasta la avenida Juan Bautista Alberdi. Pasamos por enfrente de su antigua sala de ensayo, doblamos en el pasaje Bertres, ya a una cuadra de mi casa, nos sentamos en el umbral de una casa donde yo solía fumar por las noches, y prendí el porro. Me dijo que entienda a Marcelo, y que a él no le parecía "mal" que fume marihuana, pero que me cuide con el resto. Recuerdo que lo que estábamos fumando nos hacía toser mucho, y me explicó que es porque algunos le ponen Gamexane al faso.
Charly no estaba muy bien en ese entonces. Ahora sí se notaban las secuelas de tantos años de excesos. Se notaba en su aspecto, y en su manera de expresarse, como nerviosa, aunque siempre dulce y suave. En un momento de la charla, donde filosofábamos, dijo:

-¿Sabés qué Pichi? una vez me preguntaron qué cambiaría de mi vida si volviera a nacer. Y yo dije: "nada". Porque si mi vida así no hubiera sido, si algo la hubiese alterado, probablemente no habría conocido a mucha gente maravillosa, como tu familia, tus padres, tu hermano..."

Volvió a pasar el tiempo. Me cruzaba a Charly muy cada tanto por el barrio, y ya estaba bastante mal. Vestía como un vagabundo, con un sobretodo marrón antiguo, barba de días, el pelo muy sucio, y rengueando. Tenía el pie inflamadísimo. Luego supe que, como ya no le daban los brazos, comenzó a inyectarse en el pie, y se le infectó. Supe también que había dejado todo, casa, trabajo, y se internó en la villa de Cobo y Curapaligüe, atrás de Parque Chacabuco, cerca de los transas y junto a varios linyeras, los cuales le armaron una camita de cartón. Y allí, y así, decidió terminar sus días.

Pero así y todo, Charly no se permitió morir un triste invierno: se marchitó un 21 de Septiembre.

Desde ese entonces, los Días de la Primavera nunca volvieron a tener el mismo encanto para mí.

martes, 29 de junio de 2010

Los caminos de la vida...

Contaba mi viejo una vez que de niño fantaseaba con navegar, vivir aventuras...

Allá por el año 72' o 73', estaba trabajando nuevamente arriba de un taxi. En una de sus vueltas sube un hombre de uniforme con un aparato muy costoso, una especie de proyector muy profesional o algo así. Lo acerca a un edificio imponente, desciende, el edificio lo traga y desaparece.
Luego de un buen rato, mientras buscaba algún pasajero, se da cuenta que el tipo había olvidado el costoso aparato en el asiento trasero. Recordó en qué lugar lo había dejado, y sin dudar se dirigió allí. Luego de estacionar, bajó con el aparato y encaró al uniformado que estaba de guardia en la entrada del edificio, la cual era muy restringida. Este, al oírlo, inmediatamente se dirigió a alguien de la mesa de entrada para que se comunique con aquel que mi papá había transportado.

-Asi que era usted el chofer que trasladó al capitán... venga, pase por aquí. Estaba desesperado, pensó que no lo iba a recuperar.

Luego de atravesar sendos accesos y áreas cual Maxwell Smart, entró al enorme despacho del susodicho. Lo invitó a sentarse, se mostró sumamente agradecido, y, luego de charlar un rato, le preguntó:

-Dígame, que puedo hacer por usted, en resarcimiento por su gesto?
-Bueno, mire... a mi siempre me gustó navegar. Este es un edificio de la marina, asi que, si puede hallarme algún trabajo de ese tipo...
-Hum, no es tan fácil, por su edad... pero haga una cosa, vaya al cuarto piso, hable con esta persona de parte mía, y me vuelve a ver.

Dos meses después, se hallaba mi padre en alta mar, a bordo de un barco inmenso, bajo un cielo que se fundía en el horizonte, rumbo a Gabón, África, viviendo el mágico sueño de su infancia...

lunes, 28 de junio de 2010

CHINA

La primera vez que soñé con ella luego de partir, fue el mediodía mismo de su partida, cuando regresé de despedirla. Me recosté en la cama de mis padres e inmediatamente, en cuanto apoyé el pie en tierra de sueños, salió a recibirme dulcemente, y me dijo "Javiercito, no estén mal por mi, porque acá estoy bien. Tengo mucha paz."
Me desperté. Entendí que me estaba encargando que transmita su mensaje, y eso hice. Fui a la cocina y le conté a mi papá lo que había soñado. Mi viejo me miró, y aprecié como la paz había inundado su rostro. Llamó a mi mamá, y me pidió con una voz muy suave y calma que le cuente el sueño a ella. Lo hice nuevamente. Quedó pensativo un rato, y luego siguió cocinando, con los ojos brillosos y una tenue sonrisa.

Tuve varias visitas más de ella. Todas increíblemente reales. Recuerdo la anteúltima, donde salía de mi habitación en mi antigua casa de Caballito, en Guayaquil y Bertres, un planeta plagado de recuerdos donde mi familia entera, abuelos, padre, madre, hermanos e incluso sobrinos, tíos y cuñados, se asentó hace 50 años. Ahí. donde aprendí a caminar. Ahí, donde para siempre será mi hogar, digan lo que digan las escrituras, los títulos de propiedad, habite quien habite y le pese a quien le pese. La encontraba en la sala, como si nunca se hubiera ido, más viva que nunca. Y ahi nomás la invitaba una pieza y bailaba con ella un vals. Y bailábamos y dábamos vueltas y vueltas como en las películas.

La última vez, hace unas dos semanas, me subía al colectivo y la encontraba viajando, del lado derecho del pasillo. El asiento de la ventana estaba libre, asi que me sentaba junto a ella y, sin decirnos palabra, me recostaba sobre su hombro y su saquito y dormitaba. Luego, al bajar, bajaban también mi mamá y mi papá y mi hermana, que estaban en el mismo colectivo pero no los había visto. Era de noche, tipo 20 hs. Caminábamos por Calasanz hasta Guayaquil, hacia mi eterna casa. Mis padres y mi hermana adelante, y yo con ella caminaba tomados del brazo unos diez metros atrás de ellos. Y me contaba sus cosas. Mi hermana se daba vuelta en un momento y me llamaba para comentarme no se qué y yo no le prestaba atención, porque estaba entretenido en la charla con ella, que terminó fugazmente en cuanto pisé la calle para cruzar Calasanz.

Y asi es como cada tres, cuatro, o cinco meses, depende el trabajo que tenga protegiendo a alguien, mi abuela Jovita Capozzi, mi última abuela, para todo el barrio China, me visita en sueños. Se da una vueltita y charlamos, reímos y bailamos. Y, como la persona pícara y conmovedora que siempre fue, me hace despertar con una sonrisita y una lagrimita.

lunes, 31 de mayo de 2010

ORO GRIS


Los cuerpos descansan
No encienden su luz
Vos andás por ahí

Reposa en tu hombro
El peso de una cruz
Condenas de abril

La piel raspa el hueso
Borracho de sol
La sed del jazmín

Recuerdos que punzan
Se estrujan los párpados
Pudores sin fin...

Viajante de plomo
Mudando la escama
Serpiente y alfil

La noche asesina
Cupidos con SIDA
No hay flechas aquí

Almas con precio
Remate de esencias
Mercado febril

La compra y la venta
El dolor y la cura
Lo puro y lo vil

Y en medio tu cara
Se aplasta y deforma
Maduro infantil

miércoles, 26 de mayo de 2010

VOZARROTA



Monté al subte de la Línea E, estación Varela, rumbo a mi trabajo. Me senté en un asiento individual. Una estación después, en Medalla Milagrosa, subió un hombre grandote, desaliñado, de barba canosa y pelo semi largo también canoso y maltratado. Tenía una gorrita verde y una remera roja gastada, asi como sus jeans y zapatillas, una bolsa con pan viejo, la cara tostada llena de surcos, ojos tristes encendidos, y un pedo importante. Olía fuerte. Se desplomó frente a mi, despatarrado, ocupando el ancho del asiento doble, chupándole todo un huevo.

En José María Moreno arribó un tipo de porte ejecutivo, cabezón, clásico estereotipo de garca, con su maletín y su barriga y su corbata roja brillante acompañando el traje gris rayado, y su cabello también canoso y bien tratado. Se sentó a la altura del ebrio, del otro lado del pasillo, en diagonal a mi.
No le había prestado atención hasta que el borrachín, quien hasta ese momento estaba en silencio, y a quien de ahora en más lo llamaré "Vozarrota", para dejar de ponerle adjetivos descalificativos y porque tenía la voz rota, entró a vociferar con aguardientes exclamaciones cosas que no podía dilucidar porque el subte estaba en marcha y el ruido me impedía oir claramente, y porque estaba sumergido en un libro. La lógica, vieja prejuiciosa, resumiendo como de costumbre todo a lo clásico y básico, me susurró: "otro borracho limón".

Pero el subte paró, y entonces oí. Vozarrota no estaba dando opiniones etílicas inconexas que a nadie le importan, a la marchanta. Estaba descansando al chabón, a quien de ahora en más llamaré "Silencioso Alfio", porque todo el tiempo se mantuvo silencioso, en posición meditabunda, como controlando sus formas, y porque tenía cara de Alfio. Arrancó de a poco:

-Mirá que facha, la corbata colorada, ahi... el saco... que bien eh...

No puedo hacer conjeturas sobre Silencioso Alfio. Aunque tenía todo el porte de un tipo de negocios, estaba viajando en subte y no en un Porsche. Podía ser un ejecutivo de cuenta de un banco que se quedó a gamba o un vendedor de Tramontina. Pero algo era claro: Vozarrota veía en él a todos aquellos que hacen y deshacen. Estaba proyectando su frustración. Y cada vez se daba más y más manija y ya no metía tanta pausa, estaba haciendo declaraciones de principios. Y su voz abría la boca y decía:

-...porque habría que inventar un tensiómetro de estómagos, y medir los tamaños... o no, flaco?

Me hablaba a mi, buscando consenso. La situación era de esas sumamente incómodas, donde la tensión electrifica la atmósfera, y donde uno sentía pudor ajeno y si quería zafar de esa sensación tan chota, que iba a hacer? En otro contexto se pilotea, uno elige: se queda chusmeando y apreciando la crucifixión pública de un individuo a otro, o se levanta, saturado, y se va. Pero estaba encerrado en una lata móvil. Y tampoco uno es tan sensible al punto de decir "suficiente, me bajo en la que viene". Me hago el boludo y listo. Aun asi, cuesta acomodarse ajeno a todo como si nada pasara, cuando a centímetros de uno está despatarrado un borracho sin modales rompiendo un clima solemne como el de los zombies que viajan en ese medio, todos abstraídos. Es atípico. En un bondi se puede dar, son más cachivaches sus usuarios. Pero en el subte todos se comportan como en misa, y si hablan lo hacen muy bajito.
Por otro lado, en cierto punto, Silencioso Alfio daba pena porque quizá nada que ver, pero por otro lado quién sabe, entonces me dejé llevar por la situación y tomé una postura interna y necesaria para mi paz mental, donde me estaba cabiendo que le mande fruta. Me subí entonces, en las ideas, al bondi de Vozarrota. Comencé a hinchar por él. Me estaba dejando llevar por ese popular prejuicio que en vez de hacerte repudiar a un cabeza te hace repudiar a un cajetilla. Porque convengamos que entre uno que se viste como los que están en esas oficinas o en esos recintos magnos y un harapiento cantándole las cuarenta, no hay demasiado para evaluar. Si son las que en el fondo todos los que alguna vez nos sentimos ultrajados por gente de esa calaña, tenemos ganas de batirles cuando vemos a uno de ellos. Es hinchar por el equipo chico contra el grande, es el David contra el Goliat, es milenario. Pero estamos domesticados. Acostumbrados a que es asi. A nunca ganar. Asi que hipócritamente los respetamos, y si la quieren poner, nos damos vuelta, callados, y el cosmos sigue su orden. Después si, despotricamos entre nosotros sobre lo mucho que nos duele el culo, y en cualquier Mc Donald's la revolución está latente.

Esa primera vez que se dirigió a mi, levanté la vista con el ceño fruncido y asentí con la cabeza fugazmente, dandole la razón como a un loco para zafar rápido de esa situación de mierda, y mostrándome cobardemente lejano a su mambo, a pesar de que, como comentaba, en el fondo lo bancaba, pero sin jugármela. Incluso casi como ofendido del maltrato que le estaba propinando a Silencioso Alfio, que ciertamente nada había hecho, solo andar trajeado y tener cara de garca. Porque en esa primera instancia, si la policía mental hubiera irrumpido con palos y prepotencia y subido en ese preciso momento al colectivo ideológico de Vozarrota a ver quién viajaba en el, y me encontraba, no habría saltado por él, a defenderlo como a un Perón o a un Pancho Villa. Yo, desde mi lugar en el asiento del fondo, habría inventado que me subieron a la fuerza el y sus amigos vagabundos, que yo no quería, que Vozarrota me obligó, que amenazó a mi familia, que por favor no me detenga, que cómo voy a pensar asi de Silencioso Alfio y de todos los ciudadanos dignos que se visten como muñeco de torta si mi padre trabajó en las dos mejores sastrerías del país cuando muchacho y fue el mejor vendedor y que justo esa semana me iba a tatuar la cara de un conocido funcionario público y el logo de Techint en la espalda entera.

Vozarrota siguió torturándolo con su rencorosa lengua de madera que mezclaba verdades con ideas y propuestas tan propias de las mentes que limbean entre la realidad y la ficción:

-Tendrían que a la gente ponerle una máscara (sic), esas como las que te ponen cuando hacen el control alcoholemia, no flaco?

Levanté la vista de nuevo, esta vez más comprensivo a su discurso, y lo miré con dulzura y una sonrisa bondadosa.

-...porque éste qué va a saber lo que es estar tres días sin comer... sabés lo que es estar tres días sin comer? entonces en vez de fijarse si tomaste alcohol te ponen esa máscara, vos soplás y te calcula cuanto tiempo estuviste sin probar bocado...

El pecho se me arrugó por un instante. Le di una última mirada misericordiosa, sin aflojarle a la mueca de la sonrisa copada, que ahora pasó a ser piadosa, y continué con Galeano. Sus ojitos tenían el brillo de un perro cercano a la aceptación, entre melancólicos, pícaros y entusiasmados, de sentir que alguien le pasaba cabida, que lo miraba directo a los ojos. Silencioso Alfio se bajó ni bien terminó de decirme eso, en la estación Independencia, que sale a la 9 de Julio. Pero antes Vozarrota le dio una última patada en la sien:
-Cuando cambien el modelo económico hablamos, mientras tanto te voy a seguir jetoneando la cola - y con su mano izquierda hacía el ademán de estar manoseándole el ojete abusivamente.

Yo había arribado de Mar del Plata ese mediodía. Estando allá, hasta las 2:30 de la madrugada había visto como Fito cerraba en esa misma avenida donde desembarcaba Silencioso Alfio y su papada, los festejos de esa cosa tan copada como lo fue el Bicentenario, o los 200 años de tener un gobierno propio. Algo asi como una mina de 21 años en silla de ruedas festejando que hace dos décadas aprendió a caminar por su cuenta.

Llegué a la última estación, Bolívar, y me bajé. Vozarrota piropeó a una que estaba por entrar. Después le golpeaba la ventanita y le sonreía, se hacía el lindo. Me quedé mirando un mapa de combinaciones de subte, y al darme vuelta, Vozarrota estaba a punto de subir la escalera que llevaba afuera, al Sol. Comenzó a subir rengueando. Unos escalones después lo alcanzo, y al pasar por al lado le dije:

-Nunca te calles.

Entendí luego que estaba diciéndome eso a mi mismo, con Vozarrota como excusa. Con una sonrisa, me retrucó:

-Que no se calle la calle...
-Hasta luego, loco.
-Nos vemos, amigo.

Y ahi, en el bicentenario Cabildo, nos despedimos.