miércoles, 22 de septiembre de 2010

Y un día volviste


Alguien dijo una vez
que yo me fuí de mi barrio...
¿Cuándo? ¿Pero cuándo?

¡Si siempre estoy llegando!

martes, 14 de septiembre de 2010

Y un día volvió *

Blando sueño de la infancia
que hoy chistaste a mis espaldas
tu carita me es lejana
pero siempre familiar,
yo que te abandoné lejos,
como un santo a un mal deseo,
hoy volvés como un espejo
que refleja años atrás.

Sin rencor pero angustiado
me mirás como a un extraño
la pupila se te agranda
y entre el brillo me mandás:
"qué tirado me has dejado,
mirá que flaquito estoy...
que fue de aquellos anhelos
que arropé en tu corazón...?"

Yo te abrazo y te acaricio
y te siento las costillas,
qué poquito que has manyao'!
pesa más una colilla...
huelo en tu hombro ese perfume
de mi antigua habitación,
y el aroma de la almohada
donde forjé esa ilusión
que hoy me chista y me reclama
lo que fui, y ya no soy.

Que si te postergué, fue por un amor
si te postergué fue por un ardor
por un vicio, y un suplicio
por fantasear otro destino
renegando de tu abrigo
y también, por cabezón.

Ya amanece, cierra un bar
vení que te quiero invitar
marcho una copa, prendo un pucho
vos meta chocolate y churros...
tu inocencia me condena
y avergüenza mi pesar.
Queda tanto por hablar
pero se nos cierra el bar,
y es ahí cuando de nuevo
oigo lejano al churrero
que con su canasto lleno
nos invita a irlo a buscar...

Viejo amigo, sueño mío,
no culpemos al olvido
que si te postergué, fue por un amor
si te postergué fue por un ardor,
por un vicio, y un suplicio
por fantasear otro destino
renegando de tu abrigo
y también, por cabezón.

*Dedicado a mis viejos, y a aquellos churreros de la costa Atlántica, estén donde estén, que aportaron su granito para hacer de mis vacaciones de niño un lugar más sabroso.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Su recuerdo le agitó la savia

Lo que me mata de los viejos es esa regresión a la infancia que tienen en el crepúsculo de su vida. Me refiero a ese comportamiento desobediente, anárquico y rebelde, propio de los niños, y esa pérdida de unos modales que son implantados precisamente en esa etapa germinal de la vida para encarar una sociedad, un mundo y un sistema del que ya se están despidiendo con un corte de manga.
Se mandan unas cagadas de novela y ante la increpancia esgrimen una sarta de justificaciones y mentiras donde uno no sabe si está hablando con alguien de ochenta y nueve años o de tres.

Mi abuela China, esa con quien cada tanto sueño, en sus últimos tiempos estaba intratable. Todo aquel que la rodeara corría riesgo de volar en pedazos. Y se cagaba en todo lo que uno podía decirle porque, o se olvidaba completamente que se le había advertido que no haga algo, o simplemente porque a esa altura de su vida, noventa y pico de años, no iba a cambiar hábitos que la acompañaban de hacía décadas, lógicamente. Y también porque le chupaba una teta. Entonces si la retabas por hacer lo que no debía, porque era un peligro a su edad, revoleaba la mano derecha hacia atrás propiciando un certero "máaa, váyanse al catzo vos y todos". Y ante esa respuesta me cagaba de risa y ella también, y ahí quedaba todo. Hasta que al rato se mandaba otra, como la vez que se confundió la heladera con el horno y metió el sifón de soda de vidrio dentro de él, que por suerte estaba apagado. Al respecto, las llaves de gas las dejaba constantemente abiertas y como la cocina estaba pegada a un patio interno, zafamos cantidad de veces de morir como ratas.

La abuela China todo el tiempo me estaba asistiendo y proponiéndome hasta mi hartazgo comer de todo. Me acechaba cuando estaba leyendo o viendo tele.

-Javiercito, te preparo una leche?
-No, gracias abu.
-¿Y un sanguchito?
-Nah, tá bien, posta.
-¿De veras no querés un pedazo de pollo?
-No, en serio...
-Dale, te hago un paty.
-¡Pero! ¡Que no!
-Hay galletitas...
-¡No, abue! ¡No tengo hambre! ¡Te juro que te re agradezco, pero no!
-Bueno, vos decime si te agarra hambre que a mi no me cuesta nada eh.
-Dale, te aviso.

Luego se sentaba al lado mío y a los diez minutos arrancábamos de nuevo el mismo diálogo. Y así, entre cinco y diez veces por día.
Una de las tantas veces en que accedí a que me prepare unas milanesas, vi como de la sartén salía un impresionante cantidad de espuma. Cuando le pregunté que aceite le había puesto, me mostró la botella del detergente Ala limón, y la muy cabezadura se quería comer las milanesas igual para no dar el brazo a torcer. De no ser que se las arrebaté del plato y las tiré a la basura, habría largado burbujas por la boca durante semanas.

La Abuela María, otra. La ultraperonista y Racinguista mamá de mi vieja.
Con ella tenía una relación muy especial porque me crié los primeros años de mi vida en el departamento que mis tíos y ella tenían en Almafuerte y Avenida Caseros, frente al Parque de los Patricios, en el barrio del club de mis amores. Mis viejos trabajaban todo el día y me pasaban a buscar a la noche, para dejarme de nuevo al otro día. A veces me pintaba quedarme, y me quedaba a dormir un par de días en su casa, donde la pasaba genial.

Andaba con diabetes y qué se yo que otras cosas, así que tenía prohibido todo lo que era rico y le gustaba. Por tal motivo, cada tanto se le realizaban allanamientos en su habitación, que daban como saldo dulces, golosinas y embutidos encanutados celosamente dentro de lugares estratégicos de su armario. Y no se hacía cargo del botín, respondiendo cual narco o consumidor al serles halladas sustancias ilegales, que "eso no es mío" o "no sé como llegó hasta ahí".

Como buena humilde trabajadora de clase media baja, siempre fiel a Evita y Perón, recuerdo cómo se encabronaba cada vez que le hacía con mi dedo pulgar e índice la "L" con la que se identificaban los liberales de la UCeDé de Álvaro Alsogaray; o si juntaba mis manos por encima de mis hombros como hacía Alfonsín, para molestarla. Me entraba a mandar que no me iba a querer más, que la había decepcionado, que nunca más me iba a dar tal o cual cosa. Entonces rápidamente hacía la "V" de la victoria Justicialista y me decía: "ahora sí".
No puedo evitar, cada vez que pasan un documental de ellos o del Peronismo en sí, buscarla en las cásicas tomas de los discursos en la Plaza de Mayo, entre miles de personas, donde asistía con mi mamá, en ese entonces de unos cuatro, cinco, seis años de edad.

Se fue cuando tenía diez años, y le lloré una tormenta. Pasó de un sueño al otro mientras dormía, y con eso uno ya dice todo. Cuando alguien se va con tanta paz...
Pero hubo dos situaciones que signaron su partida, dos sucesos hermosos e increíbles.

Estando en su velatorio, mi papá le puso un prendedor de Evita. Al darse cuenta de que estaba un poco torcido, intentó acomodarlo. Fue imposible. Todos los intentos por tratar de desprenderlo fueron en vano. Tironeó, hizo fuerza, pero nada, no había caso ni manera de quitarlo.
Al margen de interpretar el hecho como algo extraño, misterioso, del más allá o qué se yo, entiendo que hay una cuestión más profunda que abraza a las demás. Porque ese prendedor, con la imagen de la Abanderada de los Humildes abrochado como garrapata en la solapa y sobre el corazón así, medio torcido, no es más que el símbolo de un ideal y una identidad que se aferran mutuamente, con todas sus fuerzas, y también con sus torcidas falencias, hasta las últimas circunstancias, para marchar juntos a la eternidad.

Cuando mi mamá llegó del velatorio se sentó, abatida, sobre el sillón de mi casa donde siempre se sentaba la abuela María cuando nos visitaba. Junto a él, había una plantita muy amiga de mi abuela a la cual ella le acariciaba y le hablaba beatíficamente. Fiel a su condición, la plantita no se inmutaba y jamás la interrumpía.
Mi mamá la observó y ahí estaba, solemne, compañera y respetuosa ante el dolor. Comenzó a hablarle, a consolarse, y a recordar juntas a la abuela.
Entonces, sucedió: estando en un lugar donde el ventanal se encontraba totalmente cerrado y no había ninguna mínima correntada, la plantita comenzó a mecerse, suavemente, de aquí para allá.